Desde hace ya algún tiempo tengo la firme convicción de que el estado de salud de una civilización se mide por el grado de inutilidad de sus conocimientos. Y es que el conocimiento, per se, es inútil. Con esto no quiere decirse que no pueda hacerse ninguna aplicación de él (también de Don Quijote o de películas de Woody Allen se han escrito tratados de psicología orientados a reformar las mentes contemporáneas), sino que el conocimiento, por sí mismo, no sirve para nada; salvo, en todo caso, para apaciguar la inquietud propia del creador. Por ello, una recurrente aplicabilidad de conocimiento es un síntoma claro de falta de inquietud y curiosidad humanas. A mayor curiosidad, menor interés por aplicar el conocimiento, y viceversa.
Entiéndase bien: no se trata de reivindicar la proliferación de conocimientos inútiles, sino que deje de juzgarse la valía del conocimiento por su grado de aplicabilidad. Cualquier entendido en física, matemáticas, química, astronomía, filosofía, sabrá distinguir el conocimiento de su aplicación. En una entrada anterior decíamos que una obra de ciencia es una novela más. Su realidad es una realidad novelada, narrativa (y sobre esto girará un artículo mío que en breve saldrá publicado bajo el título ¿Qué significa contar historias?) Como cualquier otra narración, no sirve para nada. Lo mismo que Don Quijote o las películas de Woody Allen, tampoco la teoría de la relatividad de Einstein o la mecánica de Galilelo sirven. Lo que sirve es la aplicación que de la teoría se hace, lo cual presupone ya un espíritu pragmático y una búsqueda decidida de utilidad (ambos hechos, coyunturales y no necesariamente presentes)
6 comentarios:
Es el propio concepto de UTILIDAD el que es inútil. Pero nadie puede substraerse al conocimiento, aunque crea no conocerlo.
Hace muchos años, me sorprendió un comentario del poeta Pere Gimferrer quien, a propósito de glosar la obra de Rimbaud, decía que hasta a los más alejados de la cultura, aquéllos que no han leído nunca un libro, hasta a ellos, les había cambiado la vida la obra de Rimbaud. Sin duda, un gramo (que es mucho) de verdad en esa boutade.
El conocimiento nos cambia, más allá del filtro, del embudo de la utilidad que, quien lo construye, no es inocente.
Un abrazo.
Querido anónimo,
en efecto, el concepto de UTILIDAD (con toda su carga teórica que lleva detrás) no sólo ha necesitado de lo inútil, sino que lo ha propiciado. Algo similar refiere Heráclito, aunque en otro sentido, cuando afirma que incluso un sueño del hombre más solitario del mundo acaba produciendo cambios en el mundo, por lo que cualquier gesto, por ajeno que nos parezca, conlleva una responsabilidad. ¿Acaso Rimbaud, aunque sin quererlo ni poder evitarlo, no fue responsable de haber cambiado la vida de los más alejados de la cultura?
Aquéllos que legitiman el conocimiento por su grado de utilidad (no sólo los utilitaristas, sino muchos que dicen ser hombres de ciencia) deberían hacer pie, tomar consciencia de la otra realidad, que se les escapa, gravitan sobre ella pero sin tocarla, ni siquiera atisbarla.
Un abrazo
Me parece que este comentario tuyo, respuesta al anónimo, aclara muchas cosas que en el texto original no las veía bien.
Gracias.
Me alegro por la aclaración.
Aristotélica entrada, inútil pero necesario. Y un paso más, ya moderno, el conocimiento como base de las aplicaciones tecnológicas.
Pero otras culturas han mantenido ligado conocimiento y técnica sin dar lugar ni a una tecnología ignorante de su origen y su fuente, ni a una dicotomía entre acción y conocimiento.
Tal vez deberíamos rescatar esa inocencia que nuestro decrépito occidente perdió en sus albores.
Salud y un abrazo
En efecto, así lo veo yo Miguel Ángel. Creo que es importante que se tome consciencia del origen (inútil) de lo útil. De esa forma ahorraríamos mucha saliva y esfuerzos funestos. La fuente es la misma, varía el conducto por el que circula. Un abrazo.
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