La historia de la racionalidad suele distinguir entre "racionalidad de medios" (saber cómo llegar a una meta) y "racionalidad de fines" (saber si esa meta es adecuada o razonable), y entonces cae en el lastimoso error de atribuir una autonomía a los fines y otra a los medios. Fines y medios, contra lo que nos dicen las políticas educativas o la investigación tecnocientífica, no son realidades separadas ni separables. Basta atender a la historia de la técnica del libro, como hace Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, para darse cuenta de que los cambios producidos en el medio obran en el elemento orgánico, emocional, cognitivo, creando por tanto nuevas necesidades y nuevas expectativas. Vistas así las cosas, ¿qué sentido tiene reflexionar sobre los medios sin tener en cuenta los fines o analizar éstos sin considerar aquéllos?
Carr describe cómo la lectura silenciosa, atenta, pausada, analítica, no era posible con la scriptura continua, cuando los transcriptores se limitaban a reproducir el lenguaje hablado. El esfuerzo que debía hacer el lector para separar mentalmente las palabras, las frases, los párrafos era tan arduo y costoso que no era muy habitual encontrarse con lectores silenciosos. Tanto es así que cuando alrededor del año 380 san Agustín vio a san Ambrosio, obispo de Milán, leer en silencio para sí mismo, se preguntó si Ambrosio no estaría en realidad ahorrando voz, pues se volvía ronca con facilidad. No sería hasta mucho después de la caída del Imperio romano cuando la forma del lenguaje escrito rompió por fin con la tradición oral. Por fin, en el siglo XIII, la scriptura continua quedó obsoleta. Ahora la escritura iba dirigida al oído y a la vista.
La generalización de los signos de puntuación, la colocación de espacios entre las palabras, aliviaron la tensión intelectual que requería el desciframiento del mensaje, propiciando la lectura silenciosa y atenta. El fin de la scriptura continua propició la creación de un nuevo tipo de lector: silencioso, paciente, analítico, creador de nuevos libros y afanoso, ahora, de nuevas metas. La lectura había despertado en el lector la necesidad de nuevos medios, aptos para la consecución de fines que antes no existían: “Los avances en la
tecnología del libro cambiaron la experiencia personal de la lectura y la
escritura. También tuvieron consecuencias sociales. La cultura en general
comenzó a moldearse, de manera sutil pero evidente, en torno a la práctica de
la lectura en silencio. La naturaleza de la educación y la erudición cambió,
las universidades comenzaron a hacer hincapié en la lectura privada como
complemento esencial a las lecciones magistrales. Las bibliotecas comenzaron a
desempeñar un papel mucho más central en la vida universitaria y, en general,
en la vida de la ciudad. La arquitectura bibliotecaria misma evolucionó. Los claustros y cubículos privados, pensados para la lectura oral, fueron arrancados y sustituidos por grandes salones donde estudiantes, profesores y otros usuarios se sentaban juntos en largas mesas de lectura personal y silenciosa. Libros de consulta como diccionarios, glosarios y concordancias adquirieron importancia como ayudas a la lectura. Era corriente encadenar los ejemplares de textos preciosos a las mesas de lectura. Para cubrir la creciente demanda de libros, comenzó
a tomar forma una industria editorial.” (p. 87)
Por ello, desde la consideración de los medios como realidades que obran en los fines, transformándolos, regenerándolos, pierde todo su sentido esta pedagogía imperante que proclama el "aprender a hacer un buen uso de los medios", como si aprendiendo a usar los medios estuviéramos ya liberados de cualquier influjo de éstos sobre nosotros. El uso de cualquier técnica, como la del libro, nos convierte en seres expuestos a influjos orgánicos, cognitivos, que llegan a transformar no ya sólo nuestra manera de pensar, sino nuestras preferencias acerca de las nuevas técnicas que queremos medien en la búsqueda de fines.
Por ello, desde la consideración de los medios como realidades que obran en los fines, transformándolos, regenerándolos, pierde todo su sentido esta pedagogía imperante que proclama el "aprender a hacer un buen uso de los medios", como si aprendiendo a usar los medios estuviéramos ya liberados de cualquier influjo de éstos sobre nosotros. El uso de cualquier técnica, como la del libro, nos convierte en seres expuestos a influjos orgánicos, cognitivos, que llegan a transformar no ya sólo nuestra manera de pensar, sino nuestras preferencias acerca de las nuevas técnicas que queremos medien en la búsqueda de fines.
6 comentarios:
Muy buena entrada :)
Quizá ya lo conozcas, un libro que se titula "En el viñedo del texto", de Ivan Illich, sobre este tema. Muy recomendable.
Gracias por tu comentario y tu recomendación. Un cordial saludo
David, una entrada muy interesante además de una reflexión muy necesaria.
Tengo la sensación de que hace mucho que nos desnortamos, confundiendo el medio con el fin.
Por otro lado, y abundando en lo que dices, considero urgente evaluar hasta qué punto nuestras capacidades cognitivas e incluso identitarias, se están viendo afectadas directamente por las tecnologías, la velocidad y cantidad de información.
Te diré que se me ha hecho muy corta la entrada ;)
En efecto, creo que un problema grave de nuestra sociedad, y que lleva ya tiempo afectando a la educación, es que lo que debería funcionar como un medio se convierte en el fin al que tiende todo lo demás. Vamos, que nos rodean sobrenaturalezas artificiales que consiguen ocultar tras de sí la naturaleza de las cosas... Fíjate que el título del libro de Nicholas Carr ya apunta a una tesis inquietante: la Red es capaz de hacer cosas con nuestra mente. La modernidad se construyó en torno a la idea de que algo "sujeta" las cosas, la naturaleza, la historia.... Ahora, más bien, nuestra disposición es la de "estar sujetos" a lo que acontezca o hagan de nosotros..., por eso urge si cabe más una ética desde y para esta nueva disposición. Seguimos hablando. Un abrazo
Aunque son los francfortianos quienes diferencian de modo claro la cuestón de la racionalidad de los medios, es también Adorno quien nos dice que forma y contenido son un todo unitario.
Naturalmente que el medio condiciona y que en un "twit" (que, por cierto, debe significar algo más en inglés) es imposible plasmar nada profundo, con fundamento, salvo algunas obviedades, que nos podemos ahorrar. Sin embargo si que es necesario conocer y manejar los nuevos medios, como en su día fue necesario manejar la lectura. Solamente desde su dominio puede pervertirse el medio, y hacer que un twit sea un haiku, por ejemplo, o una imagen subida a alguna red sea un poema visual.
El problema es que hoy no se educa en los medios, tan sólo se enseña a ser consumidor de ellos y por tanto absolutamente vulnerable a los mismos en el sentido que señalas.
Pero Nicholas Carr da un paso más (pienso dedicar algún otro post a este autor): el problema no es que el uso de los nuevos medios y lenguajes acaben transformando la manera de pensar y de sentir, sino que a fuerza de usar los medios que usamos (piensa en la Red, WWW...) dejamos de ser usuarios. Y entonces ya no sirven las éticas clásicas del buen uso y de la responsabilidad del sujeto. Si nosotros somos una extensión del instrumento, y el instrumento sólo funciona "cosificando" al usuario, éste no puede más que acabar disolviéndose. ¿Cómo?: maquinizándose. Es decir, no se educa en los medios porque ya no interesa consumir ese tipo de educación.
Heidegger ya lo anticipa a mediados del siglo pasado: El «frenesí de la tecnología» amenaza con «afianzarse en todas partes»
Saludos
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