Siempre he recelado de quienes no saben escuchar. La
escucha no es un arte ni un hábito, sino el resultado de una determinada
actitud respecto del otro. Quien escucha ve en el otro alguien merecedor de ser
escuchado. La escucha es una actitud ética. Su contrario no es la
desatención, sino la desconsideración. Alguien puede desentenderse de lo que «se
dice», pero no por ello dejar de considerar a quien habla. Por lo mismo, la
consideración al otro no conduce necesariamente a una actitud atenta, aunque sí
predispone a ella. La escucha sólo admite una forma, frente a la
desconsideración, que se manifiesta como multiplicidad.
Una de las formas como se exterioriza la actitud
desconsiderada consiste en ver al otro desde una categoría
determinada. La reducción se hace a partir de unas creencias previas y,
generalmente, con vistas a la obtención de poder. Por ejemplo, ahora que con
los cambios legislativos venideros en educación va reavivándose el debate sobre
lo que debe ser considerado conocimiento y lo que no,
hay ya políticos, científicos, filósofos que, con vistas a poder organizar y gestionar el conocimiento, reducen éste a «conocimiento
contrastable», como si lo «no contrastable» no contara. También están los pragmatistas, los historicistas, los positivistas,
falsacionistas, idealistas, que resultan igualmente del encasillamiento y se refieren al otro habiendo dirigido ya sobre éste su propulsión a encasillar.
Siempre he recelado de quienes se autodenominan o imponen una determinada etiqueta identitaria, pues este hecho, el de autodefinirse, es ya
consecuencia de aquella propulsión. Nietzsche lo explica recurriendo a la «voluntad
de poder»; la cual, en el mejor de los casos, puede sublimarse hacia fines permitidos.
Otros hablan de impulsos, fuerzas o pulsiones. Por mi parte, me resisto a pensar
que no podamos dejar al otro que nos reclame:
Un hombre dirigió al anciano una pregunta muy concreta: «Padre,
cuando durante el oficio divino vemos a hermanos que se duermen, ¿qué os
parece? ¿Les damos un golpecito para que estén bien despiertos durante las
vigilias?». La respuesta del anciano fue también muy concreta: «Te lo
puedo asegurar: cuando durante el oficio divino veo un hombre que se duerme,
pongo su cabeza sobre mis rodillas y le dejo descansar». (Apotegma de un padre
del desierto, que recoge Josep Maria
Esquirol en La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad)
4 comentarios:
Escuchar es aceptar el vértigo, la falta de suelo de lo previsto,la ausencia de los márgenes que delimitan una conversación automatizada, exclusivamente formal.
Escuchar nos lleva a la soledad de saberse en un territorio nuevo, al que se ha llegado, sin pretenderlo, con ese otro tambien desconocido, volando lejos.
Tú ya sabes de lo que hablo.
Sí, ciertamente. Y muchas gracias por tus palabras, por tu acogida de esta humilde reflexión siempre acompañada. Menos mal que en tu camino encuentras a quienes, como tú, vuelan alto, para, por unos momentos, volar con ellos.
Situar al otro en una categoría ¡es tan cómodo! Hace las relaciones tan sencillas como falsas y perversas.
Desgraciadamente, creo que no escuchar y clasificar está más allá de la actitud ética. Llega a la actitud, e incluso a la aptitud, psíquica. Para ser éticos hay que ser sanos, lo cual cada día parece más escaso.
¡Salud!
Mens sana in corpore sano...
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