Decía Descartes aquello de pienso, luego soy, con fe y fervor casi religiosos, después de la epifanía que luego marcará toda la modernidad. Descartes llamará a esta revelación el primer principio de su filosofía, el soporte sobre el que ahora sí podrá montarse todo un sistema de ideas, teorías y saberes. Pero es más bien Descartes quien se apoya en el yo soy. El yo, al que le impone la cualidad de ser, como antes había hecho Parménides con el Ser o Platón con la Idea, actúa de muleta con la que Descartes ya puede echar a andar. El yo soy es, ni más ni menos, una construcción, un artificio, sobre el que uno puede o no sostenerse. Algunos nietzscheanos, por ejemplo, desconfiaron tanto en el yo soy que acabaron viendo en Descartes un impostor y en su principio una impostura.
El yo, el Ser, la Idea, la Forma, Dios,... son, en todo caso, construcciones que invitan a la adhesión o a la herejía. Se dice: Dios (no) existe y sé cómo demostrarlo, como si Dios fuera el punto de partida. Más bien, como ya intuyera Nietzsche del yo soy, Dios, como tantas otras deidades, es una respuesta a una misma situación de punzante falta. Sí, andamos necesitados de yoes, de Ideas, de dioses, precisamente, porque no los tenemos ni nos son presentes... Quizá, después de todo, estén ahí para aliviar el dolor de la impresencia, la carga de no poder ver más que el contorno del paisaje.
2 comentarios:
Decía Cencilo que somos el animal desfondado, carente de raíz, y por tanto necesitado de un suelo firme que ha de ser construido, nunca dado. Por ello nuestra especie es libre, como muestra la variedad cultural humana. En nuestro camino por el filo de la existencia gravitan las realidades ausentes de manera insoslayable. Y son realidades porque es la efectividad lo que muestra el grado de realidad de algo, nunca lo físico-material.
Lo impresente para nosotros es tan vital como lo presente.
Siempre que citas a Cencillo me interesa lo que dice. Gracias por la referencia: me gusta eso de la efectividad como criterio de realidad. Abrazos
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