En un país lejano vivía en paz una sociedad de tortugas, salvajes y silvestres, grandes y pequeñas, en perfecta armonía. Un día interrumpió la paz una feroz pantera que pasaba el tiempo jugando con ellas e incordiándolas. Primero las volteaba y reía mientras ellas vanamente trataban de ponerse en pie. Luego las colocaba una encima de la otra para formar torres, fortalezas y castillos de tortugas. Y todas las noches hervía alguna para hacer con ella una deliciosa sopa de galápago.
Una de las tortugas subió preocupada a contar lo sucedido a la tortuga más sabia del lugar, que sólo se dejaba ver cuando la situación lo requería. La sabia tortuga bajó de la montaña y, dirigiéndose a la feroz pantera, le dijo:
-Has demostrado astucia para hacer torres y castillos con tus propias manos, pericia para saber dónde pisar, valentía para llegar a lo más alto y cuidado para preparar manjares tan sabrosos. Creo que eres la más indicada para construir la nueva ciudad que albergará a las tortugas.
Al escuchar sus amables palabras, la feroz pantera construyó la más hermosa ciudad de las tortugas.
4 comentarios:
La tortuga o pasa por alto el egoismo de la pantera o no lo ve. Está ensimismada en su gran egoísmo. De esos egoísmos especulares nace el agradecimiento: un enigma, parece. O es que el triunfo de la eficacia tècnica pervierte el concepto.
Sí, no siempre la atención al otro es fuente de bondad. Interesante el matiz.
Final alternativo:
la pantera retuvo a la tortuga sabia para regalar sus oídos y prosiguió haciendo cada noche una sabrosa sopa.
Muy bueno! Otra historia, otra moraleja.
Publicar un comentario