sábado, 4 de julio de 2020

Carta de un profesor insatisfecho

La iniciativa que hemos llevado a cabo ha estado bien, sí, pero quedará en agua de borrajas si no empezamos el mes de septiembre con las pilas puestas. De nada sirve dar a conocer nuestra situación de vulnerabilidad (vital y profesional), exhibiéndola como quien exhibe un grano que le ha salido, si luego no hacemos nada por señalarla, y señalarla para examinarla, para diseccionarla, para entender su origen, y entonces quizá, poder desprendernos de ella.

Porque de vulnerabilidad está hecha nuestras pieles. No es la situación lo vulnerable, sino que somos nosotros los vulnerables: nuestros cuerpos, cada vez más expuestos; nuestras mentes, cada vez más atomizadas, atolondradas, asfixiadas...

Cuando echo la vista atrás, y me remonto a mis comienzos en 2004 recuerdo a unos claustros y consejos escolares con mayor autonomía y capacidad de decisión, donde se discutían asuntos que directamente involucraban a la formación de nuestros alumnos, y se ponían sobre la mesa programas educativos, esgrimiendo argumentos en contra y a favor de ellos, y se escuchaban las palabras "matemáticas", "premiado en la Olimpiada de Física", o "sobre la importancia de la música en la formación integral de los alumnos"... Y recuerdo a mis queridos antiguos compañeros abriendo libros en la sala de profesores, o en sus departamentos, porque deseaban saber más sobre sus propias disciplinas, porque eran adultos con curiosidad y disponían de tiempo para cultivar el amor a las palabras y al conocimiento. En 2004 recuerdo a profesores acercándose a otros departamentos porque sentía dudas sobre si el uso de esta o aquella palabra era el adecuado,o si tal sofisma se resolvía mejor de esta o de aquella otra manera. Y recuerdo que los medios eran medios y los fines eran fines, y no como ahora que vivimos absolutamente bajo el imperio de lo instrumental, con sus lenguajes, sus protocolos, sus circuitos, sus maniobras, exigiéndonos que nos adaptemos a ellos, a sus ritmos, a sus pautas, y entonces, ilusos, acabamos creyendo que la valía radica en el dominio y el saber hacer en la destreza.

¡Claro que la tecnología y los lenguajes son importantes!, pero enmarcados en suelos y escenarios y contextos que los doten de sentido. ¿De qué me sirve aprender a saber como funciona cualquier instrumento si luego no sé para qué utilizarlo, o ni sé que se utilice para algo?

No son reivindicaciones históricas. ¿Qué hay más actual que luchar por lo que somos y poder ejercer con la dignidad que merece nuestra profesión? 

Yo no estoy nada satisfecho, la verdad. 

Por eso seguiré encontrándome con el conocimiento allí donde respiremos libertad y deseo. Por eso seguiré esforzándome en darme tiempo para seguir leyendo y encontrar esa palabra que, dicha en el momento preciso, pueda llegar a inspirar caminos que el alumno atento ya no podrá dejar de tomar. Por eso seguiré luchando por dignificar mi profesión.

2 comentarios:

Robin de los bosques dijo...

Tus palabras le ponen voz a la insatisfacción y a la nostalgia de todas las personas que nos dedicamos a la docencia. Pero mucho me temo que, como muy bien dices, en septiembre habrá que volver con las pilas bien cargadas.
Me paro a pensar cómo hemos llegado a ser un colectivo tan pasivo en cuanto a la reivindicación de nuestros derechos como trabajadores y a la importancia de la educación. Sin duda no hay una sola causa, pero en cualquier caso, en esta época que nos ha tocado vivir, es más necesario que nunca pasar a la acción, porque las palabras se las lleva el viento.

David Porcel Dieste dijo...

Sí, algo habrá que hacer, porque de lo contrario seremos menos profesores y más autómatas. Pero contra quien primero hay que combatir está en uno mismo. Resistencias como el derrotismo, el escepticismo, el nihilismo...son a veces el mayor enemigo. Un abrazo