¿Habrá que repensar la forma de enseñar? ¿Por qué no aprender del placer de aprender? ¿Por qué la nota es la expectación y no su significado? ¿Por qué para pensar, y para cantar, y para soñar, hay que salir a concursar? ¿Cómo hemos acabado tan doblegados por las categorías y substancias segundas? Numeraciones, exámenes, resultados, evaluaciones, informes, fichas, estadísticas, clasificaciones, protocolos, estándares, etiquetas, enlaces, y un sin fin de otros lenguajes performativos preestablecen los circuitos por donde ha de circular el cuanto de energía de quienes integran el circo educativo. ¿Quién da más? ¿Quién puede más? ¿Quién ocupará la primera posición? ¿Y la última?...¿Quién domina a quién?
Adiós a los números. Es lo que me confiesan algunos alumnos cuando nadie pregunta por sus notas. Y es lo que, sus profesores, nos confesamos cuando recordamos aquellos años en los que todavía discutíamos sobre asuntos de historia contemporánea, de si la felicidad era una meta realizable, siquiera deseable, o entre físicos y filósofos ahora frikis sobre las implicaciones del azar cuántico. Sí, en los departamentos, en sus pasillos, en los coches mientras íbamos al trabajo, o caminábamos entre soliloquios previendo el siguiente movimiento del argumentario de nuestro colega. Y hablo de los centros de enseñanza secundaria, no de la universidad ni de centros de investigación.
¿Dónde queda el río que hacía fluir a las palabras sostenidas en la emoción? ¿Dónde la torpeza manipulativa del joven hacedor de gestos que hacía volverse a la clase? ¿Dónde los partidos de fútbol que a un tiempo llenaban campos con sus líneas borrosas los días de lluvia? ¿Dónde los intrigantes silencios de enamorados ajenos a las pantallas y el postureo? ¿Dónde las noches cuando más de uno se reunía a escondidas y acallaba sus pesadillas? ¿Dónde si ya ni siquiera podemos dejar de gritar?
"Tan pronto como uno sale de la estadística, las cosas cambian en favor de las consideraciones valorativas." (Ernst Jünger)
6 comentarios:
Pones en palabras los pensamientos y el sentir de muchos docentes y creo que de la mayoría del alumnado.
La labor de aprender y enseñar se acaba reduciendo a números demasiadas veces, para frustración de unos y otros.
Esta profesión se está deformando cada vez más... Diría que hasta el esperpento.No sé si es la reflexión que toca siempre por estas fechas y si estamos condenados como Sísifo o si esto es un punto de inflexión.
Y sí, yo también veo que la vida se nos transforma cada vez más en un codigo binario y se aleja de los sentidos. ¿O podría ser quizá que solo hemos cambiado de formato y soporte los anhelos y necesidades que tuvimos siempre?.
Se agradece leerte, porque de alguna forma, estas decepciones son un poco más llevaderas cuando se comparten.
Muchas gracias Robin por compartir tus sensaciones. Algunos de mis alumnos ya se están indignando y algo haremos para visibilizar la situación, aunque mucho me temo que el desierto seguirá creciendo. Un fuerte abrazo.
Los alumnos de bachillerato, en especial los de segundo curso, emprenden el camino a Ítaca (Konstantin Kavafis) habiendo llegado al destino antes de emprender su deseado y merecido viaje. Se les arrebata educativamente un curso y se les somete desde el minuto uno a la disciplina cuántica; todo medido, planificado, sin un instante que perder, nada improvisado. La ansiada EVAU nos acecha. No les queda aliento para explorar puertos nunca vistos antes ni detenerse en los emporios de Fenicia ni hacerse con hermosas mercancías de nácar y coral, ámbar y ébano, y mucho menos aprender de sus sabios. Corremos el riesgo de quitarles de un plumazo su derecho a disfrutar del camino y que se sientan engañados al descubrir una Ítaca pobre y vacía.
¿Dónde quedan los caminos ?
Gracias profesor.
Un padre.
Gracias a ti, querido padre.
No lo hubiera podido expresar mejor.
A grandes rasgos coincido contigo, pero tampoco idealicemos excesivamente tiempos pasados. Ni todos los alumnos pasados querían aprender, ni todos los profesores hablaban de física cuántica, el significado de la felicidad o el acontecer histórico. He visto muchos alumnos, desde mis tiempos de tal -y ya han pasado algunos años desde entonces- que tan solo querían aprobar, esperando las vacaciones. Y profesores que no hablaban más que de futbol, deseosos de tomar unas cañas al acabar la jornada. Y en ello no encontrabas diferencia entre los de primaria, secundaria y universidad, salvo el bar escogido, que era más chic según subías de nivel académico.
Malos tiempos, pero ¿cuáles han sido buenos?
Mi sensación es que estamos más alejados del sistema, pero precisamente por formar este cada vez más parte de nosotros.
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