Desde que a los veintiocho o veintinueve dejé de fumar, por eso de que una neumonía me dejó sin palabras durante quince días -y que aproveché, ni corto ni perezoso, para devorar La montaña mágica-, me fumo al término de cada Nochevieja un puro de veinte o treinta euros -Davidoff, normalmente-, acompañado a veces de algo de Prokófiev, un buen Whisky con hielo, y el silencio de la noche. Y el caso es que este ritual, que tan bien reproduce mis años de la infancia, cuando con doce o trece años nos encendíamos un cigarrito para celebrar el nacimiento de alguna cabañeta que habíamos construido con paja, sacos y ramas, termina casi siempre con la satisfacción del deber bien hecho y la esperanza de nuevas aventuras. Novedad y aventura, es lo que le suelo pedir al nuevo año: novedad, para no caer en el hastío existencial; y aventura, para seguir ensanchando la vida ahora que todavía hay función.
Os deseo, de corazón, un muy feliz y saludable 2022
2 comentarios:
¡Gracias!
Esperamos la ocasión de aneblarnos entre el humo de unos puros, ante unos vasos llenos, y charlar animadamente de lo humano y lo más humano todavía.
¡Buen año!
El mejor plan!
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