Por hacerme partícipe de tu poemario, de tu obra, de tu vida.
martes, 20 de marzo de 2018
domingo, 11 de marzo de 2018
A medio palmo de la salvación
Hay libros que, por sabios, cabe leer entre líneas, y debajo, y tras ellas. Sus palabras, por lo general próximas y amigas, esconden secretos para aquellos que saben mirarlas. Porque también las palabras se miran, a través, detrás, en profundidad. Tan habituados estamos a ver problemas y a buscar soluciones, a resolver y a tener que estar tan informados, que ya no sabemos distinguir las apariencias del fondo, la cáscara del fruto. Apenas sabemos mirar y, como diría el viejo Heráclito, escuchando sin entender, a sordos asemejamos.
¿Pero qué ha pasado para que hayamos perdido nuestra capacidad de ver? ¿Cuándo dejamos de ser anthr-opos? ¿La hemos extraviado? ¿Nos la han robado? ¿Por descuido nuestro? El caso es que desde todos los ángulos se nos insta a cuidarnos, a cuidar de nuestro cuerpo y de nuestro ánimo, a vigilar nuestras pertenencias y derechos, pero apenas se nos dice nada acerca de cómo proteger nuestro bien más preciado, aquel por el que somos capaces de ética y política, de amparo y fraternidad. Saber mirar -nuestro bien más preciado- significa saberse sustraído de aquellas actitudes hostiles que, como los totalitarismos y reduccionismos, amenazan con reducir el mundo a totalidades y plenitudes. Saber mirar significa también vivir en paz consigo mismo, y con los otros, que no es poco.
Una sabiduría de la mirada, o un camino hacia la proximidad de lo que importa, es lo que propone Josep Maria Esquirol en su último libro, La penúltima bondad. Pero es un camino que sabiamente define de "medio palmo", porque los grandes saltos, aquellos que pretenden elevarnos hasta las alturas, no acaban sino estrellando a quien los realiza. La revolución no pasa por enarbolar grandes ideas o pretender paraísos prometidos, sino, todo lo contrario, por caminar en otra dirección, buscando el medio palmo, quizá dejándonos inundar de lo que realmente importa: "Poco es mucho; poco es todo. Según como, casi-nada puede ser casi-todo. Medio palmo, y ahora mismo podríamos habitar unas afueras sin violencia, justas y fraternales. Evitaríamos todo el daño que nos hacemos a nosotros mismos, y afrontaríamos más unidos el mal inevitable vinculado a nuestra condición finita y mortal. En el pasado, si todavía más personas lo hubieran recorrido, se habrían evitado montañas de sufrimiento y de víctimas de la violencia y de la injusticia. Pocos centímetros hubieran bastado para impedir la aparición de los peores genocidas de la historia; pocos centímetros hubieran bastado para prevenir el estallido de muchas guerras; pocos centímetros, y la miseria no habría azotado el mundo tal como lo ha hecho ni mucho menos lo azotaría ahora."
Una sabiduría de la mirada, o un camino hacia la proximidad de lo que importa, es lo que propone Josep Maria Esquirol en su último libro, La penúltima bondad. Pero es un camino que sabiamente define de "medio palmo", porque los grandes saltos, aquellos que pretenden elevarnos hasta las alturas, no acaban sino estrellando a quien los realiza. La revolución no pasa por enarbolar grandes ideas o pretender paraísos prometidos, sino, todo lo contrario, por caminar en otra dirección, buscando el medio palmo, quizá dejándonos inundar de lo que realmente importa: "Poco es mucho; poco es todo. Según como, casi-nada puede ser casi-todo. Medio palmo, y ahora mismo podríamos habitar unas afueras sin violencia, justas y fraternales. Evitaríamos todo el daño que nos hacemos a nosotros mismos, y afrontaríamos más unidos el mal inevitable vinculado a nuestra condición finita y mortal. En el pasado, si todavía más personas lo hubieran recorrido, se habrían evitado montañas de sufrimiento y de víctimas de la violencia y de la injusticia. Pocos centímetros hubieran bastado para impedir la aparición de los peores genocidas de la historia; pocos centímetros hubieran bastado para prevenir el estallido de muchas guerras; pocos centímetros, y la miseria no habría azotado el mundo tal como lo ha hecho ni mucho menos lo azotaría ahora."
lunes, 5 de marzo de 2018
A las afueras de lo inmediato
A veces para seguir avanzando hay que poner límites. La ética sirve a este fin. ¿Acaso la prohibición a tomar del Árbol del Conocimiento no sirvió para humanizar y diferenciarse del resto? La prohibición no sirvió para limitar, sino para posibilitar nuevos caminos y abrir en ellos nuevas existencias, inconcebibles antes de la primera prohibición. La religión, como el arte y los sueños, es obra hecha por hombres, de ahí que esconda íntimos secretos que todos llevamos dentro. En el fondo el niño agradece la prohibición porque ve en ella un nuevo motivo para jugar y fantasear con nuevas situaciones. Imaginarse que se hacen cosas prohibidas es sin duda fuente de deleite para quien todavía conserva esa semilla acaso germinada en la infancia. La ética sirve para seguir avanzando, porque sin ella viviríamos un mundo anquilosado, incapaz de proveernos de nuevas existencias imaginables solo en el reino de lo debido. Lo debido, como lo soñado, lo bello y lo perdido, no resulta tanto de la necesidad de habitar el mundo como del deseo de vivir otros nuevos, otras experiencias, quizá solo confesables a quien ya los ha recorrido.
Cada tiempo necesita de sus mesías y demonios. El viento que mueve las banderas siempre sopla hacia una dirección. La nuestra es la de los ismos, que sitúan a cada uno en su lugar, y si no profesas ninguno de ellos pareces no pertenecer a este tiempo. Pero todos ellos son, como la religión, el arte y los sueños, otras tantas formas de habitar mundos perdidos, imaginados, incapaces de crecer por sí mismos. El igualitarismo y la jerarquización, extremos entre los que hoy día se mueven todos los ismos, son igualmente formas prohibitivas de limitar el mundo: el primero pone el límite en lo diferente, mientras que el segundo lo sitúa en lo igual. Pero ambos, secretamente, nos invitan a transitar mundos inventados, imaginables solo allí donde se forjan los sueños y el arte.
La prohibición hace de los caminos caminos permisibles: los permitidos, porque encontrarán en quien los transite aprobación y gratitud; los prohibidos, porque conllevarán consuelo y expiación. Pero todos ellos servirán al único fin de reinventar la humanidad y vivir siempre fuera, a las afueras de lo inmediato y lo monótono.
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