domingo, 1 de noviembre de 2020

Eternidad de tierra

El mundo de los eternamente muertos. ¿Es todavía posible más allá de la ficción? Algo así como lo que plantea Jünger en El problema de Aladino: un cementerio que albergue, de una vez y para siempre, el recuerdo de quienes una vez llenaron la vida. Que en el fondo es un alegato contra la caducidad y la obsolescencia, pero también contra la banalidad y la espectacularidad que no dejan ver ni las sombras de las cosas. Quizá, una vuelta a la permanencia de las cosas, a eso que los antiguos vieron como origen y fundamento de la ciencia, sin lo cual la vida y sus leyes, también con sus opiniones, sería imposibles. 

Ahí va mi pequeño homenaje al día de los difuntos:

Yo había pensado en una necrópolis de magnitud universal, en una ribera para la barca de Caronte, y también en volver a revestir a los muertos de su dignidad. La cultura descansa en el culto a los muertos; disminuye con la decadencia de las tumbas o, mejor dicho: esa decadencia anuncia que esto se acaba. De cualquier manera, me sigue pareciendo una buena idea evocar a los muertos y procurarles una morada antes de que el progreso nos aniquile. Además, semejante morada conservaría también entonces, y precisamente entonces, su sentido. (El problema de Aladino)




4 comentarios:

M. A. Velasco León dijo...

Hoy se procura olvidar, alejar y esconder a los muertos. En parte los cementerios son sustituidos por la cremación, y las cenizas se esparcen en lugares apartados o inaccesibles de manera habitual, de modo que ya no hay un lugar al cual acudir para celebrar el recuerdo común y en común. La extensión del jalogüín entre niños y jóvenes oculta la fiesta de los muertos y la convierte en un carnaval chavacano y absurdo.
Si el progreso olvida los muertos y oculta la muerte, de poco sirve a los vivos.

David Porcel Dieste dijo...

Cierto, ese ocultamiento es precisamente el germen de la decadencia. Gracias por pasarte, tan vivo.

LTrastea dijo...

Excelente entrada, David, y suscribo también el comentario de M.A. Velasco: vivimos ajenos a la muerte, de forma que el propio sentido de la vida se diluye. Si no se nos permite sentir dolor, si la receta social es una felicidad impostada, el duelo y la muerte terminan por ser problemas que se posponen, que son de otros o que, como mucho, constituyen una mascarada más.

David Porcel Dieste dijo...

En efecto, mucho me temo que va sucediendo lo que dices. De ahí que debamos cuidar aquello que nos puede devolver a la fuente del dolor. Gracias por pasearte.