En un
reino lejano había un joven conocido como el hombre que contaba “la historia
que todo lo sana”. A quienes se sentían tristes alejaba la tristeza para
siempre, a los melancólicos les devolvía la esperanza, y a los enfermos la vitalidad de los cuerpos sanos. Tal fue su fama que llegó a oídos de un rey que veía
cómo su reino se debilitaba por el contagio de una extraña enfermedad.
El rey, antes de que se marchitara el último de sus tulipanes, imploró al joven que entonara “la historia que todo lo sana”.
Cuando éste la hubo entonado y los pájaros reanudaron su canto, el rey pudo gobernar como gobiernan las estrellas el cielo y las olas los océanos.
4 comentarios:
El poder de la palabra no da para tanto. Otra cosa es la fuerza que da la fe en ella cuando procede de alguien investido de poder. El incierto poder de la palabra vs. la mágica seducción de la palabra del poder.
Sí, sólo los ingenuos pueden ver, y gritar, al rey desnudo. Los demás, engañados, siguen comulgando con el poder de la gramática del momento. Gracias por tu aguda aportación.
Te robo la expresión "el poder de la gramática del momento" y me la guardo.
Qué bien que la aproveches.
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