A mi hermano,
Hay quienes creen sobrevolar las nubes sin levantar los pies, o pisar las huellas de otros como siendo las propias. Son los iluminados que tiemblan cada vez que escuchan el cántaro romperse o las cenizas echar a volar. A veces incluso viven fuera de sí, como esos pájaros que vagan sin rumbo porque han perdido el tren de la vida y ya sólo les queda regresar a lo oscuro de la tierra. Estos iluminados, abundantes por condición, suelen portar relojes biorítmicos y alistarse en los circuitos consumistas de la marca y el conseguimiento. Se vanaglorian de lo conseguido y coleccionan en su imaginario medallas de las que piensan, ilusos, que les harán inmortales. Son los corredores que imprimen el número en su muñeca porque ya sólo saben contar y desconocen la manera de no soñar. Son los que se esfuerzan sin marchar a caminar, sin iniciar siquiera nada, como quien se autoproclama caminante por dominar la cinta métrica de correr.
Frente a ellos, los verdaderos, se encuentran quienes hacen camino, tejiendo a cada paso una nueva aventura que contar, un nuevo recuerdo candoroso para otros. Son los que arriesgan y al mismo tiempo pueden temer. Son los que rehúsan de la marca y el registro, y a lo sumo lo admiten como regla de juego con la que lanzarse a los abismos solitarios. Son los que siguen la luz porque esperan algo de ella, dejando atrás el ego y cuantas nebulosas prenden a quienes lo rodean. Son los que confían en la fuerza de la tierra porque aman cuanto hay en ella. Como algunos pájaros, juguetean con la muerte viéndola pasar desde su escondrijo.
A ellos.
1 comentario:
Ardoroso texto. Una lectura para despertar.
Gracias.
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