Se me ocurre pensar que cualquier investigación del pasado, ya sea histórica o biográfica, habrá de tener en cuenta, antes que nada, la diferencia entre lo que es un hecho y lo que es una vivencia. Y más cuando la historia la entretejen las vidas humanas. Cuando se trata de averiguar lo que realmente le pasó a Menganito o a Fulanita es preciso tener en cuenta que lo que acontece a las personas no son hechos, sino vivencias, es decir, interpretaciones de esos hechos, y que esas vivencias, a su vez, dependen de factores tan variables como el temperamento de la persona, su pasado biográfico, el conjunto de preocupaciones del momento, sus expectativas vitales... De ahí que sea menester, si realmente se quiere entender lo que le sucedió a tal persona, conocer en la medida de lo posible su fondo psíquico, el horizonte desde el cual realiza el ejercicio interpretativo.
Un mismo hecho, por muy elemental que resulte, puede ser vivido de manera totalmente distinta por diferentes personas, incluso de modo contradictorio, en función de cuál sea el horizonte de expectativas vitales. En uno de sus ensayos Ortega nos recuerda que la caída de una teja puede ser interpretada como la salvación para el transeúnte desesperado pero como una tragedia para el joven y prometedor emperador. Los hechos brutos, aislados, referidos a las vidas humanas, no existen, son una ficción, de ahí que todo historiador, en su búsqueda de la verdad, haya de considerar esos referentes interpretativos que puedan aclarar lo que le pasó a Menganito y por qué le pasó.
Pero también el historiador, o el detective que tiene que trabajar con las narraciones que le dan los testigos, ha de tener en cuenta el horizonte vital de quién escribe la historia o cuenta lo sucedido. Porque para desentrañar la verdad de cualquier pasado es menester considerar que quienes cuentan lo ocurrido son también sujetos con un horizonte de intereses, experiencias y expectativas determinados y singularísimos.
4 comentarios:
Hola David;
he encontrado un texto que igual te interesa. En este texto se hace patente el fondo metafísico que está detrás de la diferencia entre hechos y viviencias. Mientras que un hecho es algo dado y cerrado (sólo existe como abstracción intelectual, una vivencia es un acontecer personal y circunstanciado. Como bien dices, el objeto de los historiadores tiene que ser la "vivencia", ya que su propia etimología no remite a la realidad radical.
Éste es el texto:
«Lo que otro cree es para mí relativo a él, pero lo que yo creo es absoluto. Si yo extiendo a mí la relatividad que atribuyo al prójimo abandono el punto de vista vivo o vital, lo dejo a mi espalda y veo todo como hecho, no como ultimidad ejecutiva. Pero debo de hacer lo contrario: ver al prójimo como sujeto operante, es decir, como yo le vería si no me objetivase; cuando no me objetivo, cuando vivo. La vida es, pues, siempre absoluta, y no sólo cuando y porque es mía. A diferencia de todo idealismo, en el raciovitalismo el yo no tiene privilegio teórico alguno.»
Alba
Gracias, Alba, por esa cita, que ciertamente es muy clarificadora y expresa perfectamente lo que había intuido sobre la necesidad de diferenciar entre hechos y vivencias para cualquier investigación del pasado (policial, biográfica o histórica)
¿De qué obra es extracto el texto?
Saludos
Lo puedes encontrar en las Lecciones de 1930 La vida como ejecución (VIII, 198)
Un abrazo
Excelente LECCION. Gracias
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