A mi padre, en su sesenta y dos cumpleaños
Siempre he pensado que el mejor maestro no es el que sabe enseñar, sino el que enseña sabiendo y se entusiasma por ello. El entusiasmo, la capacidad de entusiasmarse, es, creo yo, el ingrediente especial que puede convertir un encuentro en un lugar y un tiempo mágicos, de esos que de vez en cuando se repiten en la historia, y no solo biográfica. La mayoría de las ideas que entonces fluyen no trascienden la situación de la que emergen y son muy pocas las que acaban haciendo historia, pero todas ellas, sabias o tontas, quedan en quien las piensa como la impronta permanece en la cera.
Dice Ortega que nuestra tarea fundamental es la de elegir un estilo o una trayectoria para nuestra existencia, la de modelar nuestro tiempo como el artista hace con la materia; más bien, creo lo contrario, que nuestra facultad de elegir se limita a las pequeñas decisiones, en su mayoría intrascendentes y banales, pero que, a fin de cuentas, no elegimos nuestro camino, sino que es él quien nos elige: se presenta, nos llama la atención, se deja notar, nos seduce, hasta que ya no podemos (ni queremos) desprendernos de él. Y ya que hablamos de caminos recuerdo que de niño, durante aquellos veranos infinitos, adivinábamos la posibilidad de construir una cabaña ("cabañeta", la llamábamos) en medio de matorrales de apariencia inexpugnable. Y era precisamente esa mirada, esa posibilidad, la que daba comienzo a la construcción, a ese camino que luego sería el nuestro.
Ahora me doy cuenta que la mirada a quien le debo lo que soy se contagió de la tuya. No me enseñaste a mirar, sino tu mirada, como el sabio enseña su sabiduría. A través de ella, siempre atenta y expectante, que se proyectaba sobre aquellos pasajes que juntos leíamos de Lacan, o antes, sobre aquellos cuentos borgianos que afanoso nos contabas después de una dura jornada de trabajo, me dí cuenta de que ahí, detrás y más allá de todo eso, se abría un campo infinito de posibilidades, de otros caminos con los que ir construyendo el mío propio. Y es, luego, con los años, cuando uno comprende que, a pesar de la infinita distancia que siempre hay entre un camino y el otro, fue tu mirada el comienzo de mi caminar.
David Porcel
10 comentarios:
David, amigo y compañero. Gracias por ese texto precioso. Lo comparto en Google+. No sé si lo verás. Lo intento. Un fuerte abrazo. Me voy a clase.
https://plus.google.com/115397971209675700591/posts/Jy2vBWDwW2B
Querido Javier, gracias a ti. Te sigo también atento. Otro abrazo.
Gracias,hijo.No podría recibir mejor regalo en este día. A partir de ahora, y gracias a ti, siempre será mío.
Papá.
Me alegro que te haya gustado, pero vamos, que habrá tiempo para el regalo material. Muchos besos
Emotivo y hermoso texto David, te felicito.
Salud
Gracias
Que curiosa es la vida, mi padre nació hoy, un día más tarde que el tuyo, pero bastantes años antes.
Felicidades a los tres.
Gracias, Miguel Ángel
..y por cierto, puestos a hablar de casualidades, también mi padre se llama Miguel Ángel.....
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