sábado, 26 de enero de 2019

Práctica de la razón

En cuanto a los pueblos y ciudades, son -para los que saben ver- viejos troncos de árboles, gravas de los ríos, charcos de petróleo, quemas y desguaces, restos de crecidas, colonias de corales, nidos de avispas, colmenas de abejas, leños podridos, capas de estratos, pilas de guano, banquetes, cenadores para el cortejo y el pavoneo, atalayas de roca y apartamentos para topillos. Y para unos pocos también hay palacios. (Gary Snyder, La práctica de lo salvaje)
 
A veces la razón juega malas pasadas incorporando dicotomías y oposiciones donde no puede haberlas. Es lo que denuncia Gary Snyder, y tantos otros de su generación, enseñando a mirar a través de cientos de ojos ajenos. Allí donde la razón, empachada de negatividad, no puede sino comparar y establecer diferencias, quien sí vive ajeno a ella se limita a "dejar que cielo y tierra se afanen en sus mudanzas", como reza el verso de Han-shan de comienzos de la época Tang. ¿Pero de veras es una limitación saber dejar a las cosas afanarse? Que la razón crea sus propios caminos es cosa sabida, pero que los cree de acuerdo con lo que ella puede recorrer es asunto que todavía preocupa a hombres de ciencia. Quizá, después de todo, el idealismo tenga razón y no estemos sino recorriendo caminos que sólo pueden forjar nuestra propia pisada. Y entonces no es ya sólo que el hombre sea la medida de las cosas, sino que las cosas estén hechas a medida del hombre.

 
Buena parte de nuestra tradición se ha levantado sobre el soporte heraclitiano de la guerra como padre de todas las cosas, como si las cosas tuvieran que enfrentarse para tener un lugar ahí. Más bien, ha sido el afán humano de ver enfrentadas a las cosas lo que ha movido a la comparación y la oposición, y ello tanto en las llamadas ciencias puras como en las prácticas, tanto en lógica como en política. ¿Por qué hemos tenido que organizar el mundo en realidades antitéticas -que si lo masculino y lo femenino, el yin y el yan, el ser y la nada, la tesis y la antítesis, lo sagrado y lo profano, lo civilizado y lo salvaje-? ¿Acaso estamos tan limitados como para tener que organizar el mundo antagónicamente? ¿No hubiéramos podido mirar de otra forma? ¿No estamos a tiempo de ello? Quizá el niño que llevamos dentro, que no enreda el mundo en artimañas y conflictos, todavía pueda mirar por nosotros.

6 comentarios:

Robin de los bosques dijo...

Las dicotomías, como bien dices, son propias de la razón, que opera delimitando pero también dentro de sus propios límites. No obstante, aunque la vida se manifieste de forma no lineal o sin definir, entrópica, caótica, lo salvaje ha sido claramente pisado y pasado por alto por nuestra cultura occidental. Lo salvaje se ha intentado reprimir, encementar, exterminar. Aunque epistemológicamente la razón y lo irracional son caras de la misma moneda, en un orden de cosas más concreto, si hay oposición entre el mundo que generamos y la vida. Hay una dicotomía tan clara como lo que genera vida y lo que la destruye.
Planteas buena pregunta, si necesariamente estamos obligados a configurar el mundo así. Creo que no, hay ejemplos de otras culturas que no hacen así, de otras formas de vida y otras formas de acceder a lo real.
Espero que estemos a tiempo de mirar de otro modo. A fin de cuentas lo salvaje siempre se abre camino.

David Porcel Dieste dijo...

Sí, lo que me gusta de esta obra de Snyder es cómo desenreda el nudo gordiano de la vieja oposición entre lo civilizado y lo salvaje, el estilo con el que quiere deshacer el entuerto, no basado en la descalificación y el encumbramiento. Abrazos

Robin de los bosques dijo...

A mi me está gustando mucho que sin grandes pretensiones y sin mística es capaz de ver vida en todo y de transmitirla.
Me parece un discurso honesto y salvaje.

David Porcel Dieste dijo...

Así lo veo también. Un maestro de los que enseñan a mirar.

M. A. Velasco León dijo...

Tal como lo veo, si seguimos siendo humanos es inevitable la oposición entre lo civilizado y lo salvaje, mejor dicho, entre lo cultural y lo natural. Nuestra base natural, sin la cual pereceríamos, nos empuja a la construcción de lo cultural de modo inevitable. No podemos zafarnos, como los peces no pueden librarse del agua, ni las plantas de la luz. Partiendo de esta condición, por descontado que hay modos diversos de construir culturas, y estas siempre han necesitado mantener un equilibrio, difícil y lleno de imprevistos, con lo natural so pena de perecer. Somos perpetuos caminantes de filos de navaja y el precio del desequilibrio es nuestra cercenación.

David Porcel Dieste dijo...

Y esta visión que describes también forma parte de una tradición cultural, que además tantos frutos ha dado en nuestra filosofía. Gracias por compartirla. Abrazos