Hay quienes hacen morada cerca del génesis, al lado del fuego, o bajo pieles de animales salvajes. Pasan desapercibidos entre multitudes y sus ropas harapientas solo los delatan a quienes, también como ellos, juegan a escondidas de sus padres. Aparecen cuando nadie los espera y liberan fuerzas y destinos que habrían quedado en la penumbra. En la historia hay muchos ingenuos, pero ellos, como Parsifal, Aladino o el dios Eros, son quienes abren paso a los demás traspasando con su filo la maleza y enseñando a ciegos ver en la niebla. El asunto es que, solo cuando el orden ha sido restablecido, la ingenuidad es elevada a cualidad moral.
Muchos médicos habían intentado sanar al Rey Pecador; ningún resultado obtuvieron. Día y noche llegaban caballeros, y todos empezaban por preguntar nuevas de la salud del Rey. Un solo caballero -pobre, desconocido, hasta un poco ridículo- se permite ignorar la etiqueta y la cortesía. Su nombre es Parsifal. Sin tener en cuenta el ceremonial cortesano, se dirige directamente al Rey y sin ningún preámbulo le pregunta al acercársele: ¿Dónde está el Grial? En el mismo instante todo se transforma: el Rey se alza de su lecho de dolores, los ríos y las fuentes vuelven a correr, renace la vegetación, el castillo se restaura milagrosamente. Las palabras de Parsifal habían bastado para regenerar la Naturaleza entera. (Mircea Eliade)
3 comentarios:
No me parece tanto que el orden se restablezca, sino que uno nuevo se instaura. Por eso la ingenuidad se torna tan valiosa y a la par tan odiosa, porque fue capaz de provocar la aparición de lo nuevo y porque hizo desaparecer el anterior orden.
Salud
Diría que la instauración precisa que algo permanezca. En este caso, seguimos al otro lado del caos.
Sí, por supuesto, eso ya lo dejó claro Aristóteles. Pero puede ser la conciencia, que es lo otro de la ingenuidad, y permite ver-malentender lo anterior.
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