Recuerdo a nuestro profesor de primaria
contándonos un relato que versaba sobre un hombre que tenía que vivir en un
mundo absurdo, lleno de contrasentidos e incongruencias. El mundo que el
profesor nos describía asemejaba a un sanatorio psiquiátrico con puertas que se
cerraban cuando debían abrirse y suelos que se hundían cuando debían sostener.
Apenas había gobierno y el que había lo componían hombres que decidían
arbitraria y caprichosamente, resultando ciudades con calles que no daban a
ninguna parte y ayuntamientos que se perdían en burocracias interminables. O
eso es lo que me representaba cuando escuchábamos a nuestro viejo profesor.
Y el caso es que, en cierto modo, nuestro
mundo -al menos el del ámbito educativo- asemeja al relatado: órdenes legislativas
que llegan a destiempo, medidas que derrochan recursos allí donde no hacen
falta o que no alcanzan donde hay necesidad, ideas “innovadoras” consistentes
en la reproducción, torpe y mutilada, de prácticas ancestrales, duplicaciones
de tareas inservibles, propósitos que podrían llevarse a cabo sin llevarse a
cabo, papeles e informes que incomunican, prohibiciones que no prohíben y
permisos que no permiten, y un sin fin de sutilezas que ahondan en la desmesura
y el absurdo. Algo así como una novela de Kafka en 3D.
Por ello, ahora que tras la reanudación
del curso corresponderá decidir si se lleva a cabo o no alguna actividad educativa o esfuerzo colectivo orientado al provecho y ánimo de nuestros
alumnos, no deberíamos fijarnos como criterio de decidibilidad en si estos
empeños son congruentes o responden al sentido común.
En un mundo en el que el contrasentido y la incongruencia se han vuelto el
estado normal, decidir que no se lleva a cabo una actividad
porque no es congruente tiene tan escaso valor argumentativo -es más, debería rechinar tanto- como decidir, en un
mundo donde el sentido y el orden son la norma, que no se
lleva a cabo una empresa porque es congruente.
Quizá vaya siendo hora de dejar de apelar al sentido común en esta vida de contrasentidos.
1 comentario:
Tristemente, sí, tal es lo que va sucediendo, y en modo creciente.
Y sin embargo no podemos renunciar al deseo, mejor, a la intención (es decir a la esperanza), de un mundo educativo donde las contradicciones se reduzcan al mínimo y un proyecto de humano y de sociedad sean su guia.
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