sábado, 21 de septiembre de 2024

A la orilla

Hay puentes que es mejor atravesarlos por debajo, viendo así lo que unen, en lugar de empeñarnos en cruzarlos. El progreso nos habla de construir puentes cada vez más largos, cada vez más resistentes, cada vez más inverosímiles, pero calla acerca de la experiencia de no cruzarlos y adentrarnos en lo que ellos unen. Y es que el progreso nada puede enseñarnos sobre lo que solo nosotros podemos hacer: viajar, conocer, explorar, agradecer, cuidar. Por ello conviene, de vez en cuando, parar el paso y contemplar lo que se extiende a nuestro alrededor, viendo que detrás de esos paisajes tecnológicos, televisados, intoxicados, se esconde el mismo miedo de topar con lo diferente y con lo que verdaderamente nos puede sacar de ese empeño de no querer ver, de no querer explorar, de no querer agradecer.




"Quien agradece ve en el otro una virtud, que cabe llamar, casi indistintamente, justicia, bondad o generosidad. A su vez, el agradecimiento es también un acto de justicia, de bondad y de generosidad. Quien agradece, expresa la misma virtud excepcional. Estamos todos en la misma orilla. Compartimos la misma condición de las afueras: intemperie y vulnerabilidad (el médico será paciente; el fuerte, débil; el joven, viejo; el alegre, triste...) Pero en ciertos momentos, uno puede ayudar a otro. Y el otro quedar agradecido. Esto, que se manifiesta tan estimable, explica la pena y el desencanto que, en general, provocan las situaciones de desagradecimiento. El desagradecido -y el insensible, y el indiferente- es como el insensato: no advierte lo que pasa; tiene atrofiada su capacidad de sentir. Vive poco la vida. Por eso, ser desagradecido es mala cosa. Denota incapacidad para generar y falta de vitalidad. El desagradecido es egoísta por definición y en lugar de crear comunidad, la mina." (La penúltima bondad, Josep Maria Esquirol).

2 comentarios:

M. A. Velasco León dijo...

Dice el refrán: de bien nacidos es ser agradecidos. Esquirol coincide con el al destacar la justicia que ahí se produce. La bondad también se desprende de ello, y yo señalaría más que generosidad, la humildad, porque el orgulloso no agradece aunque sabe que es de justicia el hacerlo. Por eso a los bien -frente a los mal- nacidos nos gusta tratarlos, cuidarlos, tenerlos alrededor.
Los malnacidos, egoístas, por supuesto y además orgullosos o egocéntricos, cruzan los puentes sin saber lo que hacen, sin agradecer su existencia a quienes los han creado. Jamás entenderán que un puente tan sólo une si hay una conciencia previa de la separación y un deseo de romperla.
Hermoso texto.

David Porcel Dieste dijo...

El mejor complemento al texto de Esquirol. Buen comentario