Es natural suponer que el amor al conocimiento, a la verdad, es el impulso que necesita todo aprendizaje. Mi amor es mi peso; por él voy dondequiera que voy, dice san Agustín; así que el que ama el conocimiento se afana en su búsqueda como el que ama las riquezas y los honores se empeña en poseerlos.
El que ama algo es porque le falta, de ahí que cabe suponer que al amante del conocimiento -al filósofo- le resulte escaso o insuficiente el conocimiento transmitido por la sociedad o la tradición. Este sentimiento de incompletud o de incredulidad está en la base del aprendizaje. En efecto, el aprendizaje pasa por poner en tela de juicio lo que se dice, se cree, y convencerse de que este sujeto social, impersonal, puede estar equivocado. Hay que ser indócil, algo anárquico, recluirse en la mismisidad y sospechar en secreto de la veracidad de nuestra tradición para que pueda emprenderse el camino hacia la verdad. De otra forma, si en todo momento el hombre filósofo está conforme con el pensamiento recibido, ya sea de los profesores o de la tradición, no sentirá jamás la necesidad de llegar a sus propias conclusiones sobre ningún asunto. Es por ello el deseo de forjarse una opinión sobre las ideas recibidas, de convencerse uno mismo sobre la veracidad de lo que se dice, lo que subyace y anima el proceso de aprendizaje.
Pero esto no puede enseñarse. Un profesor no puede enseñar a sus pupilos a despertar ese sentimiento de incredulidad, pues éste presupone cierta disposición y carácter natural en la persona que no es enseñable. Tampoco el maestro puede esperar de sus alumnos que vayan a cargarse de conocimientos si en ellos no existe cierto empeño por alcanzar la verdad. Sin embargo, el profesor no puede cruzarse de brazos y esperar a que por ciencia infusa brote en sus alumnos ese afán por conocer. Todo lo contrario, debe esforzarse en transmitir de la manera más entendible de que sea capaz el conjunto de las ideas y teorías del pasado, teniendo presente que el alumno debe entender lo suficiente para que él mismo se dé cuenta de que necesita profundizar en dichas ideas si quiere verdaderamente comprenderlas. Lo que debe hace entonces el profesor es representar de la mejor manera de que sea capaz ese sujeto social y aguardar esperanzado a que el alumno lo escuche, dialogue con él y quién sabe si lo acabe superando.
4 comentarios:
"Un profesor no puede enseñar a sus pupilos a despertar ese sentimiento de incredulidad, pues éste presupone cierta disposición y carácter natural en la persona que no es enseñable."
¿Puede potenciar su admiración?, podría un profesor desplegar discursos entusiastas, charlas creadas de inspiración y repetición...Así como las daba Deleuze.. Dejo aquí un enlace que puede, sirva de ayuda.
http://www.youtube.com/watch?v=0dMcFB0iJ44
Saludos David.
Sí, puede funcionar pero siempre y cuando el alumno se deje entusiasmar, contagiar de ese entusiasmo. De hecho, a veces los alumnos aprenden más fácilmente ciertas actitudes del profesor que conocimientos (por ejemplo, se admiran del profesor que muestra interés por estudiar y eso les llama mucho la atención)
Gracias por el enlace,
Saludos
Uno de mis profesores de la universidad repite: "El no-saber es principio del saber". El comienzo de tu entrada me lo ha recordado.
Y, después, no creo que haga falta un "genio" especial para aprender, como el que necesita el artista para crear... Tan sólo ser un poco maduro. En el colegio no será posible que el alumno se reconozca "ignorante"; creo que, por eso, ahí el alumno debe estar más atento a descubrir qué le gusta y en qué es bueno. El profesor es importante para eso.
Gracias por la entrada.
En efecto, ya como marca la tradición, el hombre se diferencia de las bestias (que ignoran tanto que no saben que ignoran) y de los dioses (que no ignoran nada por lo que lo saben todo) en que saben de su ignorancia, por eso son los únicos que se lanzan a buscar el conocimiento. Por otro lado, uno en la vida va viendo qué es lo que le gusta y qué es lo que no le gusta, y eso es importante desde luego, pero hay al menos una tarea que deben asumir los maestros y profesores y que es la de armar al alumno con el bagaje conceptual necesario para que luego pueda emprender un camino personal de aprendizaje. Y yo creo que esto es justamente lo que deben hacer al menos tanto los profesores de primaria, secundaria o universitarios: alimentar a sus alumnos con conocimientos, para lo cual, claro está, se requiere un esfuerzo por parte del profesor en hacerlos digeribles y cierta voluntad del alumno.
Gracias a ti por tu comentario
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