Hay existencias que viven retiradas, o en el retiro. Hacen del Bosque, o de la Nada, su lugar de amparo. Amparar significa 'proteger parando o deteniendo algo'. Quizá sea el frío existencial, el infierno de los otros, o la infección del nihilismo, lo que explica que tantos hombres, literarios y reales, hayan hecho de su existencia un exilio, o del exilio de sí un modo de vida. Sería tedioso describir cada una de estas figuras, ya encerradas entre vitrinas de palabras y pasajes emblemáticos. Por citar algunos, es el caso de Bartleby de Melville, del Emboscado de Jünger, de Wakefield de Hawthorne, del Venator de Eumeswil, de Rick de Casablanca, o de Kurtz de Apocalypse Now.
Lo fascinante de estas figuras no es tanto el modo como sobreviven a la tempestad, es decir, la manera como sus almas encarnadas acaban creándose un lugar desde el que seguir respirando, sino el hecho de que vivan retirándose de la sociedad, o, mejor dicho, el hecho de que la sociedad vaya retirándose de ellos. Para quien no tiene casa, la noche y el frío son las verdaderas fuerzas disgregadoras que impulsan a encontrar calidez bajo el amparo del fuego. En cambio, para quien hace de la intemperie su casa, la noche y el frío son el terreno propicio para plantarse y crecer. Lo inhóspito se convierte para ellos en el reclamo perfecto con el que ensayar alternativas existenciales. Por lo mismo, la inhospitalidad ya no es algo de lo que huir o cobijarse, sino lo único confiable en un mundo demasiado cálido para abrigar a almas enfriadas.
6 comentarios:
Qué bonito, David. No soy capaz de añadir ni una sola palabra.
Cierto tipo de soledad...ontológica es más llevadera cuando leemos o escuchamos palabras que dan sentido a partes de nosotros que no terminamos de entender.
Preciosa entrada.
Y qué bonita respuesta. Muchas gracias.
Pero las alternativas existenciales ensayadas por algunas almas enfriadas (que no heladas) parecen revelar que lo inhospito no deja de ser un lugar de tránsito. Tal vez necesario, pero no definitivo. Travesía del desierto, de hielo en este caso.
Las almas heladas, en cambio, viven el el frio sin saberlo y sin que ello les permita ensayar modo nuevo alguno.
¡Qué interesante tu comentario! Ciertamente, el lugar de retiro siempre es de tránsito, de ahí que estos transeúntes no hagan de sus viviendas un lugar definitivo (la mayoría de ellos viven en pisos de alquiler, hoteles, refugios, chozas, servicios, en lugares de paso) Es decir, tienen la mirada puesta siempre fuera, de ahí que tampoco sean personas comprometidas ni se sientan partícipes de proyectos comunes. Viven retirados de la sociedad, pero mientras dure la tempestad. Sí, las almas heladas son ya prisioneras de su propia inconsciencia. Sólo el golpe del otro puede romper el hielo, y entonces hacer que vuelvan a sentir frío.
Gracias por tus comentarios, siempre tan cálidos y sugerentes.
"Sólo el golpe del otro" Bien dicho. Pero qué difícil es recibir ese golpe. Hace falta un destino benigno, o descuidado, porque quienes golpean no aman vivir en el hielo.
El otro puede salvar o destruir, dependiendo de la intensidad del golpe, que en efecto no tiene por qué obedecer a propósitos e intenciones.
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